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EL FONEMA /ts/ Y SUS DIFERENTES GRAFIAS

El fonema /tS/ y sus diferentes grafias

1. Un caso especial.-

 

De todos los fonemas con que cuenta la lengua castellana, pero también otras romances y, incluso, la misma lengua vasca, el fonema /tS/, junto a su variante sonora /dZ/, son fonemas muy utilizados en cada lengua, pero que no son bien identificados gráficamente. En consecuencia su transcripción en las diferentes lenguas es diferentes en cada caso, y confuso al utilizar letras que son utilizadas para otros fonemas. Incluso el hecho que la grafía habitual en el castellano sea la compuesta por dos letras: c + h (ch), hace que no sea considerado un fonema original, simple, sino como una variante de otro.

En castellano el hecho que el fonema /tS/ se escriba con “c” más “h”, nos lleva a suponer que este sonido no es más que una variante alófono de los dos fonemas que conlleva la “c”: /k/ cuando va seguido de las vocales fuertes (a, o, y u), y /z/ cuando le siguen las vocales débiles (e y i). Esto lleva a confundir a un fonema, que debiera tener una personalidad propia, original y diferenciada, con fonemas tan diferentes como son las guturales /k,g) o las silbantes (s, z, x).

Este problema, seguramente, lo ha heredado de una falta de representación gráfica que ya viene del latín, en donde se aprecia poca presencia, cuando no ausencia, y confusión en cuanto a la pronunciación de este fonema. Creo que este problema se debe a un conflicto entre diferentes lenguas presentes en el substrato del latín. Las lenguas indoeuropeas parecen no contemplar un apartado fonético para este fonema, como si encontramos para la mayoría de los otros. Sin embargo, las lenguas preindoeuropeas, entre ellas el vasco, si parecen tener, y en gran cantidad, este fonema. Esto debió llevar a utilizar diferentes grafías para escribir este fonema, y a no incluir las palabras que se inician con este fonema como un grupo diferenciado en el diccionario. Como veremos en el segundo punto de este trabajo, muchas palabras con el fonema /tS/ son consideradas por el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) como onomatopeyas, la cual cosa quiere decir que no se localizan étimos ni en latín ni en cualquier otra lengua conocida.

El latín escribe este fonema con la letra “c”, pero en muchos otros casos lo hace con la letra “i”, vocal con valor semiconsonante, especialmente cuando acompaña otra vocal. Esta vocal “i” se ha tendido a traducirla al castellano ya sea por “j” o por “y”.

Muchos filólogos han querido identificar este fonema no como tal, sino una variante, más bien dialectal, especialmente en zonas colindantes a las zona de habla gallega o portuguesa, donde el sonido palatal de este fonema /tS/ es muy usado substituyendo a la palatización de la “l” (ll > ch).

Por lo tanto podemos ver escrito este fonema con todas estas grafías en cada lengua:

Castellano: ch-arco, ch-orizo, j-arro, g-élido, y-antar, y-a, hi-elo, etc.

Catalán: x-ocolate, x-apa, j-untar, j-ove, bi-tx-o, fi-tx-a, g-espa, en-g-egar, etc.

Inglés: ch-at, ch-eck, sh-oping, sh-ore, g-isp, g-ermany, j-apanish, j-ack, etc.

Francés: ch-ese, g-elais, j-eun, j-amais, etc.

Italiano: escrito con gi, ge, ci, ce, y contrariamente a otras lenguas “che” y “chi” son pronunciadas como /ke/ y /ki/.

Por lo tanto hay una gran variedad de grafías y una confusión de otros fonemas próximos /k/g, s/z, …), que no provienen etimológicamente de /tS/, pero que si adoptan esta pronunciación, ya sea en sus dos variantes, sorda o sonora.

 

 

2. Los orígenes etimológicos.-

Lo que más sorprende es que en las palabras que llevan este fonema /tS/, el origen que les da el diccionario de la RAE es el de ser onomatopeyas, palabras que quedan en el limbo de los orígenes. Buscando al azar un grupo de palabras castellanas que contengan el fonema, principalmente con grafía “ch” aunque también con “j” y con “g”, he encontrado que el origen etimológico señalado por el diccionario de la RAE, en tantos por ciento, es el siguiente:

24 % palabras de origen onomatopéyico (charco, chapa, chasco, chasquido, chaparrón, chafar)

12 % de palabras de origen francés (charcutería, chaflán, chalé). Este fonema /tS/ es mucho más frecuente en francés que en castellano, pero el diccionario no va más allá en su indagación sobre el origen etimológico, a pesar que el francés es una lengua romance, hermana del castellano e hija del latín.

12 % de palabras de origen latino (chato, del latín “plattus”, ‘aplanado’, con influencia del gallego-portugués, gelatina, del latín “gelatus”, ‘helado’)

Luego tenemos 4 lenguas, vasco, caló, gallego-portugués y persa, cada una con dos palabras:

8 % de palabras de origen vasco (chabola, chaparro)

8% de palabras de origen caló (chaval, del caló “chavó”, ‘muchacho’, y chalado, de “chalar”, ‘enloquecer’)

8% de palabras de origen gallego-portugués (chamizo, choza)

8% de palabras de origen persa (chacal, del persa “sagal”, y chal, del persa “sal”)

Por último 4 lenguas más (italiano, quechua, tungús, árabe), cada una con una sola palabra:

4% de palabras de origen italiano (charlar, del italiano “ciarlare”, ‘hablar’)

4% de palabras de origen quechua (chacra, del quechua “chacra”, ‘granja’, pero el diccionario de la RAE no indica nada del segundo significado o acepción como centro o punto energético del cuerpo humano, según la tradición hindú).

4% de palabras de origen tungús (chaman, del tungús “sarman”, ‘brujo’)

4% de palabras de origen árabe (jarra, del árabe clásico “garrah”)

Y por último una sola palabra que el diccionario no especifica ningún origen etimológico:

4% de palabras sin ningún origen señalado (chabacano, que parece ser un adjetivo que significa ‘vulgar, sin arte’, y que dio lugar al nombre de una lengua criolla que se habla en Filipinas, que fue fruto de la mezcla entre la habla de la población zamboangueña y la extranjera española, ya que se creía que era una lengua vulgar del español).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3. Explicación del fonema /tS/ en base a su significado.-

Como se puede apreciar por el alto número de onomatopeyas, existentes realmente o no, el fonema /tS/ tiene una gran expresividad que no le viene por ser transcripción de sonidos externos, ya que la mayor parte de objetos que definen las palabras catalogadas de onomatopeyas no son, en absoluto, sonoras (chal, charco, chapa,…), sino que, para mi (y espero que pronto para muchos más), se basa en la forma como pronunciamos este sonido y su parecido a fenómenos externos al hombre (cosas, hechos, sucesos, procesos, situaciones,…)

De la misma manera que los gestos intentan imitar la realidad, por lo tanto un lenguaje bastante lógico por ser imitativo, la forma de pronunciar y, por ende, el sonido emitido intentan también imitar, no ya sonidos tal como afirman muchos autores, sino situaciones, hechos, procesos, etc.

La lengua se aplasta en el paladar para poder pronunciar el fonema /tS/, y por ello esta imitando aquellas cosas, hechos, etc., que implican lo mismo, es decir, un depósito, una colocación, un aplastamiento, una situación, una superposición. Observamos este hecho en palabras tan sencillas, simples y claras como: “echar”, “lecho”, “chafar”, “chal”, “jarra”, “chaparro”, “chapa”, etc. En todas ellas es muy evidente el hecho de situarse encima como un ‘depósito’ superpuesto.

Si vamos pensando y combinando este fonema con otros, la cantidad de palabras se multiplica, pero el valor semántico de /tS/ o /dZ/ permanece idéntico: hielo, yacer (palabras en las que el sonido ha evolucionado), jácena, chato, chopo, remache, tacha, chincheta, etc..

Ahora, en este preciso trabajo, no se trata de evaluar la multitud de palabra que, o bien, contienen este fonema, o bien, derivan etimológicamente de este fonema; más bien se trata de llamar la atención sobre la existencia de este fonema, diferenciado de los otros y con una personalidad y significado propios. También se trata de poner en duda la concepción que se tiene actualmente sobre las onomatopeyas y su relación con las cosas que emiten sonidos. Podemos reconocer las onomatopeyas como tales pero se debería puntualizar puntos oscuros como: en qué lengua aparecen, su traspaso de una lengua primitiva a otras derivadas, la relación concreta con las cosas, etc. Siempre que se habla de onomatopeyas se da la sensación que han surgido espontáneamente, de forma natural en cada lengua, sin dar más explicaciones de su origen.

Las onomatopeyas abren el camino a la existencia de substratos lingüísticos desconocidos o poco conocidos, así como nos entronca con realidades muy simples y vulgares, quizás no utilizadas por la gente culta o en contextos más formales, como son los escritos. Por ello muchas lenguas clásicas y escritas, como el latín, no recogen esta variedad de palabras, o recogen en poca cantidad.

Las onomatopeyas nos abren al conocimiento de una lengua antigua, subyacente a muchos idiomas, muy entroncada con lenguas preindoeuropeas, como el vasco, y relacionadas con el significado original y básico que tienen los fonemas, tal y como se formaron en la lengua primigenia.

Esto nos lleva o debería llevar a la demostración que hay un número pequeño de fonemas básicos, que tienen pleno significado semántico, y que de la unión de estos fonemas básicos se han originado las primeras palabras o raíces, primero formadas por dos fonemas (bifónicas), habitualmente compuestas por vocal más consonante, y luego, de la mezcla de estas raíces primarias, las raíces o palabras de tres o cuatro fonemas.

 

 

4. Análisis pormenorizado de cuatro palabras.-

 

 

Para no alargar excesivamente, y creo que también no es necesario, este artículo, solo voy a escoger cuatro de las veinticinco palabras antes citadas, y hacer una análisis detallado de cada una de ellas. Esto ha de permitir conocer mejor el significado del fonema /tS/, su lugar dentro del conjunto de los fonemas básicos, el ensamblaje de este fonema con los otros componentes de cada palabra.

En primer lugar una onomatopeya, “charco”. Como todo el mundo sabe el “charco” es una superficie de agua, poco profunda, resultante del depósito del agua, normalmente de lluvia, que se deposita en el suelo cuando este es plano y no vierte el agua hacia fuera. Para empezar creo que podemos asociar “char-“ con otras palabras como “e-char”, o las vascas “jarri”, ‘colocar’, y “jarleku”, ‘asiento’, o más exactamente ‘lugar de depósito’.

Esto nos indica la comunidad de significación entre lenguas diferentes, incluso lenguas muy alejadas lingüísticamente, aunque no geográficamente, como el vasco y el castellano. Otras palabras comparte la misma raíz de “char-co” como la catalana “xar-xa”, ‘red’, o “char-nela”, o “char-lar”, que más adelante trataré como palabra que el diccionario de la RAE atribuye a un préstamo del italiano.

La misma sílaba “ch-ar” se compone, a su vez, de dos raíces: “ch-“, con el significado del fonema /tS/, ya expuesto, y el grupo “-ar”, que significa ‘extensión hacia fuera’, basado en sus dos fonemas: “-r-“, ‘extensión’, y “-a-“, ‘exterior, fuera’. La segunda sílaba de “char-co”, es un morfema que creo se identifica con el morfema vasco del cas locativo, “-ko”, que no solo está muy utilizado en este idioma lógicamente, sino que ha dejado vestigios en la lengua castellana: fres-co, bar-co, puer-co, etc. Este morfema significa ‘de’, como nuestra preposición, pero con un sentido exclusivamente locativo.

La segunda palabra es “chato”, que la RAE deriva del latín “plattus”, con una evolución fonética: “plattus” > “latus” > “llatus” > “jatus” > “xatus”. La evolución es muy plausible y el último paso la RAE lo atribuye a influencia del gallego-portugués, como en “llamar” que hace “xamar”. Pero por mi parte todo ello presenta muchas objeciones. Primero no tengo comprobado el origen latino de “plattus”. En segundo, el concepto semántico de “plattus”, ‘aplanado’, no coincide con lo que es ‘chato’, ya que lo llano es distinto de lo que es aplastado, chato, romo. En tercer lugar tenemos palabras como “chatarra”, de origen vasco y muy parecida a “chato”, lo que no descarta otro origen que el latín, aunque, como siempre, se ha querido encontrar en esta lengua, madre del castellano, el origen de muchas palabras, ignorando quien pueda ser el padre, o posibles padres.

El sentido de ‘cosa plana’ se lo da el hecho de estar depositado, ya que el plano o llano es, por su horizontalidad, la premisa para que una cosa quede bien depositada, colocada. Lo vemos en la palabra “chapa”, en “chapotear”, donde una superficie plana se une a otra, o en “chafar”. La palabra “chato” presenta una sencilla unión de la raíz “cha-“, más el participio verbal de los verbos de origen latino, así como también vasco, es decir, la terminación o morfema: “-to”, “-ta”, que podemos traducir por ‘es’ o ‘esta’.

En conclusión, creo más acertada derivar la palabra “chato” de otros orígenes que no son el latino exclusivamente, y relacionarla con el verbo “achatar” con su sentido de ‘estar o ser colocado o depositado en el exterior’, con un sinónimo en “chafar” o “aplastar” sobre la superficie.

La tercera palabra extraída es la persa “chal”, con igual significado. Esta prenda de ropa esta muy unida a otras de parecida función y nombre, como son: “chaqueta”, “chaqué”, “chaleco”, etc. A diferencia de “char-“ de la palabra “char-co” tenemos aquí el fonema “-l” de “cha-l”, con el significado deducido por mi de ‘lado’, coincidente con su situación al ‘lado externo’, sobre el cual se coloca o deposita la prenda de vestir. En “chaqué”, “chaleco” o “chaqueta” vemos otras raíces interactuando con “ch-“, pero sin desvirtuar su significado original.

Por último la cuarta palabra, “charlar”, de un supuesto origen italiano, “ciarlare”, que yo creo más como una palabra paralela, hermanas de un mismo étimo. De hecho otras palabras utilizan el sentido figurado de ‘depositar’ para el hecho de ‘hablar’ abundantemente, como si colocáramos o depositáramos palabras. Otras palabras coinciden en la misma raíz, como son: cháchara, “xerrar”, ‘charlar’ en catalán, y otras coinciden en la “-l-“ de la segunda sílaba con un sentido claro de ‘palabra’: par-l-amento, hab-l-ar, el-ogio, l-ogo, l-engua, etc., y especialmente con la palabra vasca “ele”, ‘palabra, cuento, lengua’, que forma los finales de la lengua y dialectos vascos: eusk-ela, lapurt-ela, etc., que han evolucionado a “-r-“ (eusk-era). Por lo tanto, la palabra “charlar” no designa otra cosa que las palabras que se depositan, que se van acumulando en una conversación o conferencia.

 

 

5. El caso de las palabras “dios” y “día”.-

 

Un caso especial, dentro del ya de por si especial grupo de las palabras que llevan el fonema /tS/ es el que se refiere a dos palabras más que importantes: “dios” y “día”. En principio parece que aquí no hay ni remota presencia de este fonema. En su lugar vemos el digrafo “di” que no obedece a dos sonidos, sino a la expresión gráfica de un sonido complejo, no bien resuelto para las grafías de las letras de cada lengua.

Para llegar a la conclusión de que “di-“ es el consecuente de la evolución fonética del fonema /tS/ hemos de ver como ha podido evolucionar este sonido al largo de la historia y de las diferentes lenguas. El nombre de dios en hebreo es “yahve”, con una “y” griega que como la “i” latina, cuando va seguida de vocal, tienen un valor semiconsonántico, y una pronunciación que se acercaría más al sonido de la “j” en lenguas que la pronuncian como fricativa y no como aspirada que es como la pronuncia el castellano y el vasco actual. En vasco el nombre de “dios” es “jainko”, donde podemos separar tres partes: “ja-“ que es la que nos interesa porque esta relacionada con el fonema /tS/, a pesar que con el tiempo ha evolucionado hacia el sonido de la “j” castellana. “-In-“ seria un morfema que indica ‘interior’, y “-ko” seria el caso locativo vasco con el significo de ‘de’. Por lo tanto “ja-in-ko” se podría traducir como ‘de dentro de “cha”’ y donde “cha”, como veremos, significa el ‘depósito’, y también adquiriría el sentido de lo que existe en este momento presente.

Además de estas dos lenguas antiguas, hebreo y vasco, tenemos que el nombre de dios en los idiomas clásicos, griego y latín, reflejaban la presencia más antigua de este fonema “cha” para dios, incluso únicamente “ch”, es decir, /tS/, ya que tenemos palabras que así lo atestiguan: “ju-piter”, donde “piter” es igual a ‘padre’, por lo tanto ‘dios padre’. También “Ze-us”, donde el sonido de esta letra (z), corresponde a una africada, muy parecida al sonido de la “j” cuando es fricativa, ya próximo al sonido de una “s” o de una “z”. Otros nombres propios compuestos, formados con el término de ‘dios’, también lo presupone: “J-uno”, “J-ano”, y otros ya han hecho el cambio hacia el refuerzo de lo que era una “i” inicial, uniéndola a la “d-“ llamada proteica, tal como hacen otras palabras. Por ejemplo “Jac-obo” evoluciona a “Jack” y posteriormente, en zona castellana a “Diego” y “San-tiago”.

En la palabra “día” pasa igual. De un inicial “iar” o “ior”, ya que la terminación “-ar” y “-or” son dos morfemas con un valor semántico parecido a nuestros articulos, paso con el tiempo a “di-ar” y “j-orn”, dando lugar a “dia” y “jornada” o “jorn” en francés. El mismo caso se da, pues, en la palabra “dios”. De un original “j-“ (equivalente al sonido actual de la “ch”), junto a morfemas como “-on”, o “-a”, quizás atribuyéndole el primero al masculino, y el segundo al femenino, se formo dos modalidades “jon” y “ja”, que luego darían lugar a nombres de dios añadiendo la “d-“ proteica, como: Dio-nisos, De-meter, Di-ana, De-us, etc., que han seguido la evolución lógico de este fonema tan difícil de integrar en su sistema fonético para ciertos pueblos.

En vasco tenemos, también, “ja-un”, ‘señor’, que de alguna manera es un sinónimo del nombre de dios, ya que “-un” en vasco equivale o podemos traducir como ‘el que tiene’, y “ja-“ seria este ‘depósito’ que sirve para identificar tantas cosas, pero que también significa todo aquello que existe, que está. Por lo tanto, el vasco define al señor como aquel que tiene las cosas existentes (depósito), y a dios como el que procede del interior de lo existente, del “cha-“ o “ch-“ que es la materia prima de la cual surgen las cosas. En un nuevo trabajo, que haré más adelante, analizaré las palabras que, como “j-aun” o “j-ainko”, se inician con “j”, hoy pronunciada como la “j” castellana, pero antaño seguramente pronunciada como la “ch” actual del castellano, o la “j” del catalán o francés. I no solo es un fenómeno que podamos atribuir al castellano, también al latín, donde muchas palabras que se iniciaban con “i-“ más vocal eran la representación de nuestra actual “j-“, que es, también, la representación de nuestra “ch”, o fonema /tS/-/dZ/, que es el motivo de este trabajo.

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